Como en el arte o en el diseño, carecer de forma implica
dispersión y pérdida de referencias, quedar expuesto
a los fenómenos externos sin ritmo ni control. Dar forma
a lo cotidiano es una invitación a poner en valor
nuestra realidad tangible y manejable, a trabajar
la atención plena sobre las cuestiones básicas
que rigen nuestra cotidianidad —la alimentación,
el amor, los medios de comunicación, la vestimenta y
nuestras posesiones— y conectar con ellas de forma
consciente, limitando sus contornos y encontrando su
lugar en la red que conforma nuestro fundamento vital.