¿Con qué sistema político pudo hallar un compromiso el paradójico monoteísmo cristiano y su fe en el Deus-Trinitas? ¿Con la forma del imperio, o con la de un poder que frena, contiene, administra y distribuye? ¿O se trataría, más bien, de una contaminación de las dos? No pocas de las decisiones políticas que han signado a nuestra civilización giran en torno a estas cuestiones, que en algunos de sus más grandes intérpretes, de Agustín a Dante y Dostoievski, han alcanzado una dramática representación.